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De ostras y medias tupidas

Y de pronto, como quien no quiere la cosa, The Guardian publica un articulo titulado así: «When is it socially acceptable to wear black tights?«. Es decir: ¿Cuándo es socialmente aceptable ponerse medias negras?

(No me patrocina Filodoro)

Jess Cartner-Morley, su autora, empieza respondiendo a la pregunta: «sólo en aquellos meses en los que haya una R».

Y como aficionada gastronómica que soy, esta respuesta me recuerda a las ostras. Sí, esos moluscos bivalvos tan suculentos y (supuestamente) afrodisíacos que sorbemos haciendo ruido, porque así es como se come mejor una ostra, haciendo ruido. No te tomes una ostra en agosto. Vamos, yo no te lo recomiendo porque una vez mi hermana se comió 23 y acabó implorando por su vida en el lujoso baño del Royal Monceau de París.

Pues lo mismo con las medias. Ni se te ocurra ponerte unas medias tupidas del Tezenis en Julio o sufrirás lo que comúnmente se conoce como «el-corte-de-digestión-de-las-medias». Y no, no es cuando la goma de las medias te aprieta tan fuerte por encima del ombligo que la primera copa de la noche se queda allí atascada. No, no, esto es más grave, es cuando, por arte de magia, te embutes en esas medias y sales a la calle. Y el caloret faller se te mete por los piés, te sube por los gemelos, las rodillas, el interior de las pantorrillas, el chichi, el ombligo y acaba explotando en forma de un Alien con cara de Anna Wintour justo en el centro de tu cerebro.

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«Pero qué frío hace, tía. No siento las piernas. Noto pinchazos en los muslos. Y está nevando. ¡Qué fuerte tía!»

E aquí la estupidez humana. Y así es como empieza «De lo humano y lo divino«, un blog más sobre lo que nos preocupa en el primer mundo y lo que nos debería preocupar del cuarto mundo. Así que sigamos con las (es)tupidas medias negras, porque este tema me provoca acidez matutina.

Cartner-Morley, la autora del articulo que nos atañe, explica algo así como una fórmula matemática, un Bosón de Higgs de las medias negras, donde el uso de esta prenda es inversamente proporcional al nivel de famosismo que poseas. Es decir, cuanto más famosa seas, menos probabilidad tienes de llevar medias. La cosa tiene su sentido: las famosas llegan en su coche/taxi con la calefacción puesta, bajan, posan 67 segundos ante los fotógrafos que tienen el moquillo colgando, se les congela tanto la sonrisa que ni sonríen, dan unos saltitos a lo Bambi en sus tacones hasta la puerta, y respiran aliviadas al entrar en el recinto. Aquí la fórmula cumple cierta lógica. Pero ¿qué pasa con esas chiquillas que no tienen invitación preferente, que llevan dos horas haciendo cola y que morirían gangrenadas sólo por hacerse un selfie con el logo de DIOR o VERSACE o BALMAIN a sus espaldas? Pues pasa lo que todos nos imaginamos: que ese frío les sube por los piés, recorre sus gemelos, sus rodillas, el chichi y se instaura en su cerebro. Y allí se queda. Para siempre jamás. Porque cuando una de esas «fashionistas» se queda horas al aire libre en temperaturas bajo cero sin medias ya sabemos que no hay solución. Ya no hay vuelta atrás. Ya sabemos que la estupidez humana existe y que nos rodea y que es más fuerte de lo que nos podemos imaginar. Que está en todas partes y se disfraza de muchas maneras. Porque hasta la persona más cuerda que podamos conocer, o la más cultureta, puede sucumbir a la (es)tupidez humana. Le puede pasar a cualquiera, hasta a ti. Sí, a ti te ha pasado. Piénsalo: alguna vez has hecho algo que, durante pero sobretodo después, has sentido esa sensación de vacío personal y te hayas planteado la reveladora pregunta de: «¿pero qué cojones estás haciendo?» Así, en segunda persona del singular, no en primera persona: es tu Yo no-estúpido el que le pregunta a tu Yo estúpido.

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Este es un proceso natural de resolver la estupidez humana: hago una gilipollez – estoy en ella – sigo en ella – me jode estar en ella pero sigo haciéndolo – de pronto se abre el cielo y hago un viaje astral y me veo desde arriba y me doy cuenta de lo gilipollas que soy – me planteo la pregunta – vuelvo a mi cuerpo y salgo de la situación en la que estoy o, al menos, la reconozco en público. Lo dramático, lo alarmante, son esas jóvenes, y no tan jóvenes, que siguen allí depié con sus carnes congeladas. Y siguen, y siguen, y siguen. Y no hacen ese viaje astral y no se plantean la pregunta.

Porque La Pregunta nos puede salvar, pero hacerse esa reflexión requiere de cierta ironía con uno mismo, necesitamos tomarnos más con humor y menos en serio.

Hace mucho tiempo leí, no sé dónde, que «la moda no hay que tomársela en serio«. Lo digo y lo volveré a decir, porque la moda, esta moda, la de ahora, nos está volviendo estúpidos y completamente lelos. Y sí, me incluyo, porque vivo en el planeta Tierra y, por desgracia, todavía no he podido empadronarme en Marte.

Los que mueven las cuerdas de la moda, al menos de la norteamericana, esos diseñadores, periodistas, «gurús», famosos y farándula brilli-brilli, se reúnen en un búnker bajo la 5th Avenue los martes por la noche. Se toman unos güiskazos y, a patadas limpias como hacía Chaplin con el globo, urdan su plan para instaurar normas como desterrar las medias tupidas de nuestros armarios y cajones. Normas ultrasecretas dictadas por un pseudo Club Bilderberg capitaneado por una Wintour cabreadísima, un Leon Talley muy «malfollao», un Jacobs con almorranas, una Menkes en plena operación bikini y un Lagerfeld flatulento.

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¿Hemos perdido el oremos? Sí. Coge un libro de historia de la moda, o tecléalo en Google. Los estilos van y vienen. Dependiendo de la bonanza vienen las largas o las minifaldas. ¿Crisis? Volvamos a los 50, mostremos opulencia, y vistamos nuestros labios de rojo. Pero ya han pasado unos años de la crisis mundial y parece que algo se enquista en el alma, como cuando un amigo se va. Ya nada nos satisface, ya nada nos puede recordar lo mucho que hemos sido, así que todo está permitido. Es la época de la no-moda. «¡Vuelven los aires folk!». «¡Vuelven los 90s!». «¡Vuelven los flecos!». «¡Vuelve el color mostaza!». «¡Vuelve la triquinosis colectiva!».

Embolia psicotrópico-fashionista.

Ya no sabemos a qué atenernos, ya no sabemos a qué agarrarnos, hemos perdido la guía, el patrón. Pero aquí está el escuadrón de la muerte fashonista para dictar reglas sin medidas. Y sin medias. Y algunos se las tragan hasta que les dan arcadas, pero aún así siguen tragando, utilizando el estómago. Utiliza la cabeza. Pregúntate: «¿pero qué cojones estás haciendo?» . En segunda persona del singular, recuerda.

Es lógico pensar que no es recomendable comer ostras en los meses que no llevan R, porque las altas temperatura afectan a las bacterias, y las bacterias pueden convertir una ostra en algo muy chungo. Es lógico pensar que no nos pondremos medias tupidas en Agosto, si vivimos cerca del ecuador. E incluso tiene su lógica si: eres una famosa de tres al cuarto y Chanel te presta un traje con una raja como la de Angelina Jolie, has estado haciendo sentadillas cósmicas los últimos tres meses y coincide que la semana de la moda de Nueva York es en uno de los Octubres más gélidos, pero aún así tú decides ir sin medias porque tienes un chófer que te viene a buscar a la puta puerta de tu casa y te deja a la puta puerta del desfile. Lo que no tiene lógica es que, por norma, se plantee en un medio como The Guardian la pregunta de «¿Cuándo está socialmente aceptado ponerse medias negras?»  Y aquí es cuando mi mente explota.

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Creo que voy a tomarme unas ostras y a lavar mis medias tupidas, mañana va a hacer 16 grados en Barcelona y me apetece ponérmelas.

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2 comentarios en “De ostras y medias tupidas

  1. technomandibuler dijo:

    Las famosas marcan moda y tendencia; si no llevan medias cuando todos parecemos cebollas gigantes transgénicas, ¿puede ser que la tendencia a medio largo plazo sea el nudismo?

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