Me fascinan un poco los japoneses. No es que me obsesionen, pero en una ciudad como Barcelona es fácil fijarse en ellos y son siempre el prototipo de turista que más me llama la atención. Me gusta verlos en el metro, arremolinándose en silencio, paseando por las calles de Barcelona, comprando en las tiendas, leyendo atentamente el menú de un restaurante, hablando entre ellos delante de La Pedrera… Es una mezcla entre, evidentemente, sus rasgos, y esa languidez oriental. La piel tan clara, la extrema timidez. El lujo sin ser expuesto. El estilo extraño. La delicadeza. Y, sobretodo, el absoluto respeto y fascinación que tienen sobre Barcelona. Nosotros vivimos aquí y no nos damos cuenta, pero la gente, ahí fuera, está loca por nuestra ciudad. Se compran guías de todo tipo, leen libros y contratan rutas exclusivas para conocer nuestra urbe. Y los que más saben exprimir la ciudad, turísticamente hablando, son los japos. El otro día pasé unas horas en Paseo de Gracia haciendo fotos y estos son unos algunos de los japos que nos visitaron esta semana.
Arigato.